En el último cuarto de siglo XIX, los países europeos se lanzaron a la conquista del mundo. Las principales potencias, Gran Bretaña y Francia a la cabeza, consiguieron construir imperios intercontinentales.
Este fenómeno, denominado ‘imperialismo contemporáneo’, es un elemento clave para entender el mundo de nuestro tiempo. Los países industriales necesitaban por una parte, una salida al exterior para dar cauce a sus productos y a los capitales que se habían formado con la Primera Revolución Industrial y por otro lado, solucionar el problema de población producido por el extraordinario aumento demográfico del siglo.
Fue una época repleta de cambios en la ciencia y técnica, en las mentalidades, en las condiciones de vida, en la estrategia de las potencias que alcanzaban entonces una perspectiva mundial. Fue también una época que llamaba a los europeos a la aventura; los exploradores llegaron a tierras desconocidas –llenas de leyendas- del interior de África y de Asia, cruzaron grandes ríos y desiertos, ascendiendo a las cordilleras y alcanzando los polos.
El imperialismo lo transformó todo, incorporó a multitud de pueblos a la órbita occidental, destruyendo sus mentalidades, creencias y formas de vida. Tras su paso, el mundo será distinto.
En 1914, más de la mitad de las tierras emergidas, y el 65 por cierto de la población del planeta estaban bajo control europeo. Europa dominaba el mundo.
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